La ternura salvará al mundo.
Dedicado a las personas que están cansadas de sentirse con miedo a ser.
“la ternura de la brisa sobre la hierba, la ternura de un pimpollo que se abre en flor, la mano que encuentra el gesto perfecto, el toque que cura, la mirada de pura comprensión, sin pedir nada a cambio. En nuestras vidas, la ternura se traduce en la naturalidad de nuestras acciones porque el Alma disolvió todo el miedo a ser”.
–Sônia Café (Meditando con los ángeles).
Ternura como nuestro estado natural libre de miedo. Ternura es eso que somos cuando acabamos de nacer, cuando aún no tenemos una cognición formada en base a experiencias agradables y desagradables. Recuperar la ternura en la adultez implica tomar el riesgo de quedar como alguien blandito, alguien tonto, alguien ingenuo, alguien aniñado. ¿Por qué? Porque la adultez se asocia a la dureza, a ponerle el pecho a las balas como si eso fuese a impedir el impacto. Quien se atreve a ser tierno efectivamente ha disuelto no sé si todo pero al menos gran parte del miedo a ser del que habla Sônia. Ser tiernos entre pares en lugar de estar a la defensiva se vuelve una odisea debido a que justamente en nuestro estado tierno, en nuestra primera infancia, comenzamos a asociar ternura con peligro. Ser tiernitos nos dejó bastante expuestos ante la hostilidad ajena. En nuestra etapa de cachorros, el adulto a cargo de turno hizo lo que quiso/pudo con nosotros y crecimos temiendo volver a estar así de indefensos. Así de expuestos, así de vulnerables, así de manipulables.
Me encuentro sentada en el living de casa, apoyando mi cuerpo en el respaldo cómodo del sillón y dos almohadones que coloqué tras mi espalda para que mi cuello quedase recto frente la pantalla de la computadora portátil. Junto a ella tengo servida una taza de té de hierbas, algo que me relaja y me trae al presente por la sensación de calorcito que entra por mi garganta y se acentúa en el estómago. Escucho un video de YouTube con música de la primera película de Narnia, melodías con flautas, violines, piano y pajaritos de fondo ambientan la escritura. Todo me invita a estar cómoda y segura, a sentirme a salvo. Sin embargo, algo dentro mío se siente inquieto, algo adentro mío se siente aprisionado. Esa energía que identifico como ajena a mi circunstancia real externa es lo que a mi criterio impide que sea tierna tanto como me gustaría serlo en el eterno presente. Y está bien que así sea, lamentablemente el mundo actual castiga bastante la ternura y cualquier acto de vulnerabilidad emocional. La violencia se ha vuelto cada vez más al alcance de gente cobarde, que detrás de una cuenta anónima se siente completamente impune de insultar o criticar a alguien que se atreve a exponerse. Este escenario es el que me quita cualquier deseo de exposición a gran escala que podría tener, y al mismo tiempo, pienso que si elijo vivir bajo esta idea que sostengo de que “la ternura salvará al mundo” preciso tener el coraje necesario para sostener mi bandera y que llegue a quienes la necesiten, a quienes estén cansados de consumir violencia, quienes ya no se enganchan en la rosca de seguir la última serie sobre sexo y violencia que salió en la plataforma popular, quienes quieran realmente encontrar espacios y personas que practiquen la ternura. Ni siquiera yo sé bien cómo lograr esto, cómo se hace para levantar la bandera de la ternura en el medio de la destrucción y el caos, pero tengo el presentimiento de que somos más de los que parecen los que precisamos ondear esta bandera en lugar de seguir ocultos detrás de nuestros celulares por temor a ser ridiculizados o invalidados. Lo cierto es que quien esté dispuesto a recibir tu ternura es quien también es capaz de ofrecerla y entonces aparece algo que nos puede jugar una mala pasada: el miedo al engaño. Cual niño chico al que le ofrecen un peluche para raptarlo en una camioneta y hacer lo impensable con él, somos muchos los que tenemos directamente asociado ser tiernos con recibir un ataque a continuación. Ya sea porque nos dieron algún golpe o cachetazo, porque nos chantaejaron emocionalmente, porque se mostraron amables solo para luego insultarnos o dejarnos en ridículo, pueden haber varias causas que hayan llevado a nuestro sistema a albergar dicha correlación. Puedo que incluso la arrastremos por herencia de vivencias de nuestros antepasados. El punto es: ¿estamos dispuestos a vivir sin ternura por miedo a que a esta le siga algún ataque? ¿Vale la pena una vida sin ternura?
Cada quien llegará a sus propias respuestas, personalmente es algo que me moviliza a diario porque cada día subo y bajo mis barreras emocionales según cómo percibo el entorno. Y vuelvo a validar esto, no estamos en condiciones de ir con las barreras bajas por la vida, no en un mundo hostil como el que seguimos creando mediante las desigualdades y la competitividad reinantes. Quien se sienta lo suficientemente seguro para ir con sus barreras bajas por la vida ha llegado a un punto que yo no he llegado, tampoco sé si existen tales personas. Creo que lo más sensato es estar abiertos a la posibilidad de toparnos con grupos y con personas que estén en la misma situación que describo, la de aspirar a ser más tiernos que fríos en la vida cotidiana y que el miedo al daño no sea mayor que el deseo de vivenciar la ternura.